Interior of a cluttered studio with various tools, equipment, and artwork on the walls and shelves. A red chair sits in the center.
Fernando Palma Rodríguez stands in a lush garden filled with tall green plants and red flowers, in front of a multi-story house with exposed wooden balconies.

In the Studio

Fernando Palma Rodriguez hace máquinas precarias.

Fernando Palma Rodriguez sitting on a stool in a cluttered workshop surrounded by shelves filled with tools, containers, and various objects.
Fernando Palma Rodriguez works on a blue sculpture in a workshop filled with artistic tools and materials.
Two moths resting on a textured artwork with vibrant blue colors.
Interior of a cluttered studio filled with various tools, artworks, and a robotic assembly.
A cluttered worktable with artworks, tools, a 3D printer, and sculptures.
Large, colorful abstract artwork on a circular metal tray displayed upright in front of a window.
Exterior of a rustic building, featuring a staircase leading to a second-floor balcony shaded by trees, and a blue door with ornamental designs on the groudn level.
Fernando Palma Rodríguez stands in his studio holding a large, circular artwork featuring an intricate design.
A metal sculpture on a wooden table in a sunlit room with stained glass windows and various tools scattered around.
Fernando Palma Rodríguez's studio filled with various art supplies, unfinished canvases, and tools, illuminated by natural light from large windows.
Interior of a cluttered studio with various tools, equipment, and artwork on the walls and shelves. A red chair sits in the center.

Eli Rudavsky – ¿Cómo te convertiste en artista? Me encantaría saber sobre tu trayectoria y qué te llevó hasta aquí. 

Fernando Palma Rodriguez – Nunca fue mi intención ser artista. Estaba realmente fascinado con la cultura alemana y quería viajar allí para estudiar nuevas tecnologías. Entonces entré a un colegio técnico donde estudié ingeniería industrial. Durante mis estudios, trabajé la mayor parte del tiempo: era un estudiante de tiempo completo y también trabajaba de tiempo completo. Me hicieron creer que la ingeniería estaba destinada a hacer una industria eficiente y que los beneficios se distribuirían de arriba hacia abajo, lo cual por supuesto no ocurre, y eso fue una decepción para mí. Así que decidí que no sería un ingeniero después de todo. 

Eventualmente, comencé un programa de posgrado de dos años en la Rijksakademie en Holanda, y eso es lo que realmente considero mi inicio como artista. Para entonces, ya había explorado muchas cosas diferentes, como trabajar con madera, metal e incluso electricidad, y decidí que la escultura era el camino para mí. Fue en la Rijksakademie donde empecé a crear mis primeras esculturas electrónicas. Mis colegas se molestaban conmigo porque decían, “Güey, eres un artista, ¿por qué estás haciendo máquinas?”

¿Cómo describirías tus esculturas? 

Hago máquinas precarias que no son nada extraordinario en términos de conocimiento tecnológico. Son muy básicas; ni siquiera las llamo robots, sino personajes. He leído mucho sobre la historia y las historias de los pueblos indígenas de América y me di cuenta de que gran parte del conocimiento se transmitía a los niños a través de historias; no solo conocimiento moral, sino también lecciones importantes sobre cosmogonía. 

Creo que las historias deberían ser entendidas no solo como cosas que decidimos poner frente a una audiencia o compartir con alguien, sino como personajes en sí mismos. Las historias están vivas, tienen su propia voluntad y salen a la superficie cuando el oyente es capaz de conectarse con el narrador. Por esa razón, con los personajes que hago, prefiero tener a varios de ellos interactuando los unos con los otros y con el público, de modo que los visitantes activen ciertos personajes a través de sensores. De esta manera, el público interactúa con el personaje y después pasan a otro personaje. Es como cuando vas caminando por la calle y te encuentras con alguien conocido, y después con extraños, y así sucesivamente. Ese es el efecto que busco crear. 

Intento ver lo que normalmente llamamos objetos como personas. En Occidente, en el momento de definir u objetificar algo, como una manzana o un tornillo, lo vaciamos de su historia y queda sujeto a ser comprado o vendido. Así es como llegamos al consumismo. ¿De qué sirve hablar con estas cosas? Ahí es cuando pienso en los arqueólogos. Si los objetos no nos interpelaran, los arqueólogos no estarían excavando por pedacitos de piezas que claramente son historias rotas de otro tiempo. 

Si definimos las cosas—un árbol, un avión, una casa, una mesa— como personas, entonces las trataremos de la misma forma en la que tratamos a las personas. No puedes acercarte a alguien y ponerte a insultarlo—te van a golpear. Así desarrollas una relación distinta con el mundo. Obviamente, esto pasa con animales, árboles y plantas, pero la misma relación debería extenderse al resto del mundo. Estas son las condiciones que me gusta expresar en lo que hago, y por eso sigo usando objetos cotidianos como cucharas de madera, máscaras y cartón. 

¿Puedes contarme más sobre cómo usas la electrónica en tu trabajo y qué piensas sobre la tecnología en general? 

Considero que la electrónica es la manera en que describimos el mundo hoy. Conceptos como naturaleza y belleza, que provienen del Renacimiento, son completamente irrelevantes el día de hoy. Se han vuelto obsoletos. Referirse a los bosques como naturaleza, por ejemplo, es totalmente estúpido porque la mayoría de las cosas que conocemos acerca del mundo natural las conocemos a través del mundo electrónico. 

Creo que nos está pasando lo que le sucedió a los romanos. Cuando los romanos distribuyeron el agua a través de tuberías de plomo, estaban envenenando a todos, pero no lo sabían. Creo que estamos haciendo lo mismo con el mundo electrónico: hemos creado un nido de vibraciones y energías infinitas que están dispersas por todo el mundo, las 24 horas del día, hasta el punto que nunca descansamos realmente de ello. Lo que está sucediéndonos es difícil de ver, pero en mi práctica, creo que el mundo electrónico es una selva desconocida que deseamos investigar, pero no sabemos por dónde empezar. 

Durante mis años estudiando electrónica aprendí que si un doctor en electrónica entendiera siquiera el 3% del mundo electrónico, sería un genio. Cuando inventaron el transistor en 1947, era del tamaño de una pelota de golf. Hoy en día, cada tableta y cada smartphone tiene unos 15 mil millones de transistores en su interior. No sabemos lo que hay dentro, ni cómo está ensamblado. Esto significa que cuando llegamos a conceptos como la democracia, por supuesto, no significa nada. Porque si no conoces tu entorno, ¿cómo puedes proponer algo para mejorarlo? Creo que hoy hemos perdido el rumbo: no sabemos hacia dónde vamos, ni qué hacemos, ni por qué lo hacemos. Dicen que los ricos compran saberes y habilidades y los pobres compran entretenimiento, y eso es muy cierto. La electrónica nos ha cegado no solo en términos de conocimiento, sino también con respecto a nuestros sentidos.  

¿Qué lecciones has aprendido con tu práctica artística sobre cómo podemos responder al rápido avance de la tecnología y a todos los problemas que ha creado en nuestra sociedad?

Lo que hago ahora no surge de una visión romántica del pasado. Hace unos 30 años, pensaba que las culturas indígenas eventualmente volverían, pero ya no tengo esa idea o sentimiento. Pero creo que la cultura indígena es un dominio interesante, especialmente cuando estudias los ciclos naturales. De los 30 años que pasé en el Reino Unido y en Europa, desarrollé una buena idea de cómo piensa el Occidente y creo que ahora es evidente que ese pensamiento no nos sacará de donde estamos dirigiéndonos. Lo desafortunado de esto es que la mayor parte del mundo ahora se ha occidentalizado. 

La manera en la que percibimos el tiempo y el espacio está condicionada por nuestros propios estudios, y es muy difícil para nosotros salirnos de la condición lineal del tiempo y la vida, a pesar de la cantidad de literatura contemporánea sobre el entendimiento cuántico del espacio y el tiempo. Antes pensaba que las personas no tendrían los recursos para crear un mundo diferente porque pensaba en términos lineales. 

Nuestra percepción del tiempo debería cambiar: si entendemos el tiempo como algo cíclico, creo que encontramos maneras de salirnos de situaciones muy estresantes. Para mí, la electrónica me ha ayudado en ese sentido en particular. Cuando estudias la electrónica, estás estudiando cómo funcionan las ondas sinusoidales, de dónde vienen, y cómo manipularlas. Las ondas sinusoidales se producen generando electricidad de una manera alternante, es decir, alternando el paso entre polos norte y sur, sur y norte. Cuando creas un patrón de ondas con una frecuencia particular [el número de ondas que pasan por un punto en cierto periodo de tiempo], el periodo puede ser de un milisegundo, un segundo, un año, o cualquier cantidad de tiempo. Cuando consumimos el mundo desde una óptica occidental, este periodo es muy corto. La sociedad indígena tiene un periodo que abarca lapsos más largos de tiempo.  

El náhuatl es una lengua aglutinante: el hablante crea palabras como si estuviera haciendo collages, formando nuevos conceptos. Así que, cuando unes la electrónica con efigies del pasado, estás generando un diálogo entre ambos. Cuando trabajo con jóvenes ingenieros, les digo: “Ayúdame a programar este brazo”, y ellos dicen algo como, “¿Cuántas veces? ¿A qué velocidad necesitas moverlo?”, y van directamente a los datos de ingeniería. Yo simplemente les digo: “No, no, no, no te preocupes por eso. Solo haz que se mueva como si estuvieras declarando tu amor a una chica, o diciendo ‘te quiero’ a tu madre. ¿Cómo moverías la mano? ¿Cómo te expresarías? Quiero que expreses eso.” Y ellos sólo me ven como, “¿De qué habla este tipo?”, ¿sabes? Poco a poco, empiezan a pensar en la electrónica de una manera muy diferente. Muchos de estos jóvenes ingenieros incluso han dicho: “Quiero ser artista, realmente quiero ser artista.”

Entrevista realizada para Art21 en noviembre de 2024 por Eli Rudavsky. Fotografía original para Art21 realizada por Ada Navarro en noviembre de 2024.Eli Rudavsky es un escritor y cineasta de Nueva York. Ha publicado artículos en The Nation, Screen Slate y Chicago Review. Actualmente cursa un máster en el Programa de Postgrado de Cine de la Universidad de Nueva York.